Si trabajar en ventas fuera un deporte, sería uno de riesgo. De esos donde te caes más de lo que avanzas. Donde sonríes mientras sangras (metafóricamente, claro). Y lo más loco: nadie te entrena para jugarlo. Te sueltan en el campo con un portátil, un presupuesto inalcanzable y una sonrisa que no siempre es real.
Esta es la cara B de vender. No la de los bonus. La de verdad.
Y en mi caso, en la industria farmacéutica, con grupos de compra que se toman su tiempo.
Trabajar en ventas es como tener una relación tóxica con la esperanza.
Cada día te levantas con la promesa de que hoy sí.
Hoy te cierra el hospital.
Hoy la central de compras no te ignora.
Hoy regulatory no pone pegas absurdas al material.
Pero el 80% de los días… no.
Me enseñó que el rechazo no es personal, pero se siente personal.
Que detrás de un “lo estamos valorando” hay decisiones enterradas en tres capas de burocracia.
Que los “seguimos en contacto” en realidad quieren decir: “esto está muerto, pero me da apuro decírtelo”.
También aprendí a sonreír mientras tragaba frustración.
A disfrazar el “nos han bajado el presupuesto” de “seguimos valorándolo”.
A convertir una negativa sin argumentos en una excusa para volver a entrar por otra puerta.
Y luego están los grupos de compra.
Ese ecosistema donde presentas el producto a 10 personas, cada una con un interés distinto.
Donde puedes tener la mejor relación con farmacia, y aún así perder la cuenta porque eligió otro por 0,04€ de diferencia.
Una vez preparé una propuesta impecable: bien posicionado en cuanto a márgenes, con una propuesta de marketing incluida para la rotación del producto, diferencial.
Farmacia estaba a bordo.
El titular, encantado.
La reunión con el grupo: maravillosa.
Resultado: se lo dieron a la competencia “por política de homogeneización”.
Traducción: alguien de arriba ya ha tomado otra decisión.
Y aún así, vuelves a intentarlo.
Porque no puedes permitirte no intentarlo.
Vender no es tener labia.
Es tener estómago.
Y memoria corta para el rechazo.
Es leer correos entre líneas.
Es detectar cuándo un “vamos viendo” significa “esto no va a pasar jamás”.
Es saber cuándo pelear y cuándo soltar.
Es, sobre todo, ser paciente sin ser pasiva.
Porque si algo me enseñó este deporte extremo, es que no puedes controlar el resultado, pero sí puedes dominar tu reacción.
Y eso, en ventas, lo es todo.
A veces pienso que si todos pasáramos un año en ventas, el mundo sería más empático.
O al menos, más educado al rechazar.
Pero también sé que vender me hizo más fuerte, más rápida, más estratégica.
Y aunque no hay trofeos ni himnos, hay algo mejor: la certeza de que sigo en pie.
Con cicatrices, sí. Pero también con una intuición afilada y una piel que ya no se rompe con cualquier “no”.


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